En nuestra cultura hispana, el agradecimiento es una virtud profunda. Damos gracias por tener un techo donde vivir, comida en la mesa, y un trabajo —aunque cansado— que nos permite mantener a nuestras familias. Nos sentimos bendecidos, y con razón. Pero agradecer no significa conformarse, y muchas veces, sin darnos cuenta, confundimos humildad con resignación.
Vinimos a este país a trabajar duro, sí. Pero también vinimos a triunfar, a crecer, a crear una vida mejor, no solo para nosotros, sino para nuestros hijos y futuras generaciones. No se trata de querer más por avaricia, se trata de reconocer que sí hay oportunidades, y que están al alcance de quienes se atreven a buscarlas.
El problema es que muchas veces, las limitaciones no vienen de afuera… vienen desde casa. Somos buenos para recortar sueños con frases como:
“Pues no creo que llegue a mucho, se parece a su papá". “Las matemáticas no se le dan, igual que a mí". “Yo no soy tan lista como mi hermana, y mi hija salió igual.”
¿Te suenan conocidas? Son frases que repetimos sin maldad, pero que siembran inseguridad en lo corazones de quienes más amamos. Y es ahí donde empieza el verdadero trabajo: cambiar nuestra manera de pensar para cambiar nuestro destino.
No basta con tener metas. Hay que tener expectativas altas. Expectativas que empiecen desde casa, desde la forma en que hablamos, educamos y apoyamos. Según el educador Todd Whitaker,
“Nadie fracasa cuando alguien más cree que puede tener éxito.” ¡Y cuánta razón tiene!
Nuestros hijos necesitan escuchar que creemos en ellos, incluso cuando se equivocan. Necesitan ver que nosotros mismos nos exigimos crecer. Que no nos conformamos con hábitos que no nos convienen solo porque “así vive todo el mundo” o “así se ha hecho siempre.”
La superación no es para unos cuantos. Todos tenemos derecho a progresar. Pero también tenemos la responsabilidad de trabajar por ese progreso. Y para lograrlo, necesitamos alimentar una mentalidad de crecimiento.
Eso se enseña en casa, no solo con palabras, sino con el ejemplo.
• Que mamá decida aprender algo nuevo. Que papá intente mejorar su salud. Que los hermanos mayores animen a los más chicos a terminar la tarea. Que entre vecinos, nos motivemos a seguir adelante.
Así se construye comunidad. Así se eleva una generación.
Ahora que se acerca el inicio de un nuevo ciclo escolar, es el momento perfecto para poner nuevas prioridades. No se trata solo de comprar útiles o estrenar mochila. Se trata de prepara el corazón y la mente para avanzar.
Preguntarnos: ¿Qué quiero que aprenda mi hijo este año, además de lo académico? ¿Qué puedo hacer yo como mamá o papá para apoyar su crecimiento? ¿Qué hábitos necesitamos cambiar en casa para vivir mejor?
Y sobre todo, tener presente que lo que sembramos hoy en nuestros hijos florecerá mañana. Si les enseñamos a conformarse, se quedarán donde están.
Pero si les enseñamos a soñar en grande, a trabajar con propósito y a rodearse de personas que creen en ellos… entonces no habrá límites.
Así que no tengas miedo de exigir más. De ti, de tus hijos, de tu entorno. No por presión, sino por amor. Porque creer en el potencial de alguien es uno de los regalos más poderosos que se pueden dar. Y recuerda: metas claras, sí. Pero expectativas altas, también. Porque quien espera poco, recibe poco. Pero quien espera grande… construye grande. ¿Y tú, qué estás construyendo?